La popularidad te llego por la serie televisiva Aida y te colagaron la etiqueta de cómica. ¿Es más fácil hacer reír?
Se tiende a creer que la comedia en televisión es fácil, antiartística. Y eso es de una ignorancia total. Hacer reír es infinitamente más difícil, aunque en teoría al espectador le cuesta menos reír que llorar en su vida cotidiana. La comedia es un trabajo puramente técnico, de ritmo, donde haces las pausas… Es arduo y mucho más cansado. Curiosamente, cuando haces comedia y te pasa alguna desgracia, interpretas mucho mejor la comedia. Es una cosa rarísima. Y si hablamos de disfrute artístico, es mucho más agradecido el drama; y de una tragedia, ni te cuento.
Hay quien cree que reniegas de Aída…
Después de diez años en dos series con el mismo personaje, sentí un “clash” dentro y dije: ‘Basta, ya está’. Pero no reniego en absoluto. Nunca volveré a hacer tanto tiempo un papel. A los dos años de hacer La tortuga de Darwin, que fue uno de los papeles que me ha dado más éxito, dije: ‘No más’. No me gusta hacer un papel más de un año porque me aburro. La vida es corta para aburrirse.
¿Quién se acerca a Carmen Machi para que le firme autógrafos?
Todo tipo de gente. Lo que más admiro de “Aída, como personaje, es que cualquier perfil, cualquier sexo y hasta cualquier país se acerca a ti; desde un presidente de Gobierno a un banquero. Las señoras de la limpieza creen que hablas de ellas y las hay que hasta confunden la realidad con la ficción y me dicen: ‘A ver si a mí me hacen una serie’. Pero también se acerca gente de alta alcurnia que tiene servicio en su casa al que adoran y hasta los homosexuales. No sé por qué, pero Aída se ha convertido en un icono de la causa. De hecho, la primera vez que me ofrecieron dar el pregón del orgullo gay en Madrid fue el primer año que hice la serie. Imagino que es un personaje libre.