¿Le costó cambiar la plaza por los pinceles?
No, porque hice mi primera exposición en 1967, en Bogotá, al año siguiente de tomar la alternativa. Pero claro, no tenía tiempo para organizar exposiciones. Siempre pintaba y guardaba obra para cuando pudiera dedicarme de lleno a la pintura.
¿Qué le aporta en lo personal?
Todo, porque siempre deseé que mi obra gustase, que se reconociese mi estilo. Cuando me pongo delante de un lienzo en blanco siento mucho respeto.
¿Como cuando se ponía delante del toro?
Son cosas distintas. Hay veces que después de enfrentarte al lienzo no te sale nada, hay que hacer otra cosa, en eso nos parecemos mucho a los periodistas.
¿Cómo ha sido su evolución en el arte?
Los pintores tenemos épocas de más y de menos luz, que reflejan nuestro estado de ánimo y mis cuadros transmiten lo que siento ahora: luz, sosiego y tranquilidad.
¿Añora sus triunfos pasados?
Qué va, todo ha evolucionado mucho, y claro que me gustaría tener veinte o veinticinco años, pero cuando miro hacia atrás lo hago con satisfacción porque he cumplido mis sueños y mis obligaciones, y porque nunca defraudé a mis partidarios. Lo daba todo en la plaza.
Tiene tres hijos, ¿qué consejos les da?
Cuando eran niños, todos, ahora que ya son hombres son ellos los que tienen que descubrir cómo llevar su vida. Yo siempre les digo que escojan lo mejor de ellos mismos, de la vida, porque es la manera de que sean felices, si escogen lo peor, serán desgraciados. Estoy seguro de que lo llevan bien porque nunca llaman para pedir nada.
¿Le gusta coger lo mejor de la vida?
De no haber sido así no hubiera salido andando de Linares con 21 pesetas.
¿No tiene asignaturas pendientes?
Ninguna, he cumplido con quien tenía que cumplir, y conmigo mismo. Si en alguna ocasión no han salido las cosas lo bien que quería, no hay que perder la esperanza.