Si su destino como royals, del trono al exilio, no estuvo exento de dolor y tristeza, su historia de amor fue todo lo contrario. Ana María y Constantino de Grecia vivieron una de esas historias de amor sólidas y auténticas que comenzó cuando la princesa Ana María de Dinamarca tenía 13 años y su boda, un 18 de septiembre de 1964, fue una de las más bonitas y felices de la época.
Constantino II subió al trono solo unos meses antes de su boda, en marzo de 1964, cuando no podía imaginar que su reinado sería tan breve y acabaría siendo el último rey heleno. Su padre, Pablo I, acababa de fallecer y él estaba inmerso en los preparativos de una boda que era el broche de oro de una gran historia de amor. Todo comenzó cuando el joven Constantino, de 19 años, acompañó a sus padres a una visita oficial de Dinamarca.
Allí se encontró con la princesa Ana María, la más joven de las tres hijas de la princesa Ingrid y el príncipe heredero Federico de Dinamarca, que a la sazón era su prima tercera. Ella solo tenía 13 años pero tuvo claro que ese apuesto príncipe iba a ser el amor de su vida. Resuelta y sin miedo, Ana María confesó a sus padres con apenas 15 años que quería casarse con el príncipe de Grecia, tras volver a coincidir con él en Dinamarca.
El destino la sonreía, y una nueva cita real, esta vez la boda de la reina Sofía y don Juan Carlos de Borbón en Atenas, le permitió volver a ver a Constantino. Ana María consiguió quedarse en Atenas y sellar su historia de amor con un compromiso que anunciaron a sus padres y estos hicieron público un año después, aprovechando el centenario de la monarquía griega. Eso sí, sus progenitores acordaron esperar a que ella cumpliera 18 años para celebrar el enlace.
El suyo fue un romance alejado del ojo público: Constantino viajaba a menudo a Dinamarca e incluso la prensa llegó a especular con que estaba interesado en la princesa Benedikte, la mediana de las tres princesas danesas. Harald de Noruega, con quien compartía afición por el deporte, era su aliado para que ambos pudieran verse con la máxima discreción. Pero aquel 18 de septiembre de 1964 fue el momento perfecto para mostrar públicamente su amor. Había llegado el día más esperado cinco años después de que por primera vez cruzaran sus miradas.
Un vestido sencillo y una tiara que 'arrebató' a su hermana reina
La catedral Metropolitana de la Anunciación de Atenas fue el lugar elegido para esta boda. Allí se casaba el rey griego, el más joven de Europa en aquel momento, con la joven princesa danesa que saldría de aquella catedral ortodoxa no solo convertida en esposa de Constantino, sino también en reina de los helenos.
La princesa Ana María confió el diseño de su vestido de novia a Jorgen Bender, el diseñador danés que a menudo trabajaba para las familias reales sueca, danesa y noruega. La reina Ingrid era una de sus grandes clientas y tres años después la reina Margarita también le encargaría su vestido de novia. Ana María eligió un sencillo diseño que destacaba por su escote barco, su manga francesa y un cinturón debajo del pecho que marcaba su estilizada figura. A igual que las demás mujeres de su familia, la princesa Ana María recibió la tiara Jedive de Egipto que pertenecía a su madre, la reina Ingrid de Dinamarca, para lucirla el día de su boda.
La tiara había pertenecido a la princesa Margarita, abuela de la novia, y está compuesta por diamantes engastados en un diseño que recrea las hojas de laurel. La tiara fue realizada por Cartier por encargo del último virrey otomano de Egipto, que se la regaló a la princesa Margarita de Connaught, enamorada del príncipe Gustavo Adolfo de Suecia.
La pareja se casó en el castillo de Windsor y se fue a vivir a Suecia. Entre sus cinco hijos estaba la princesa Ingrid, que terminaría reinando en Dinamarca. Era la única chica y heredó la tiara cuando su madre falleció con solo 38 años. Así, Ingrid la lució el día de su boda, y también lo hicieron sus tres hijas: la futura reina Margarita, la princesa Benedikte y la princesa Ana María.
Cuando Ingrid murió en el año 2000, lejos de legar la tiara a su primogénita y reina de Dinamarca, se la dejó a Ana María, que desde entonces no ha dejado de usarla. También ha seguido prestándosela a las damas de la extensa familia real danesa para que la usen como tiara nupcial.
Tras la boda, la pareja se instaló en el Palacio de Tatoi, pero la dicha duró poco. En diciembre de 1967, Ana María y Constantino, que ya tenía dos hijos (los príncipes Alexia y Pablo de Grecia) tuvo que exiliarse tras el triunfo de la dictadura de los coronales. Roma fue su primera parada, y en 1973 se marcharon a Inglaterra. En Atenas quedaron muchas de sus pertenencias, entre ellas su vestido de novia, que se daba por perdido. Pero en 2023, el vestido reapareció entre los objetos personales que aún seguían en el palacio heleno y habían sobrevivido al incendio de 2021.
Escribo sobre royals, celebrities y cultura en la web de Harper’s Bazaar. Licenciada en Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid, comencé mi carrera escribiendo sobre lifestyle en revistas impresas para después dar el salto al mundo digital. Si solo pudiera hacer dos cosas en la vida serían leer y probar nuevos restaurantes. Mi idea de la felicidad es tomarse una cerveza mirando al mar.