“Lo nuestro se acabó”; ‘Acacias 38’

Anabel siente la necesidad de aclarar con Aurelio algunas cosas de su estancia en México. La pareja de exprometidos se cita para pasear por el barrio y conversar. Cuando ella le pregunta sobre la muerte de un desconocido de nombre Carlos Armijo, el hombre niega tener nada que ver con semejante tragedia.

Bacigalupe parece creer en sus palabras y su comportamiento hacia su interlocutor cambia por completo, volviéndose más amigable y amable. Roberto los observa en ese instante y, sin poder contenerse, le cuenta todo a su nieto. “No sé muy bien de qué estaban hablando, pero tengo claro que parecía algo muy íntimo”, comenta.

El abogado, lleno de celos, decide recriminar la actitud de su novia. Cuando la ve pasar por la calle se acerca a ella. “¿Por qué sigues viendo a ese tipo? Creí que no querías saber de él y ahora os encontráis a mis espaldas”, dice. La discusión entre ambos va subiendo de tono y el muchacho ya no puede más: “Siento que lo único que haces es mentirme. Lo siento mucho, pero lo nuestro se acabó”.

Al día siguiente, los Quesada invierten una importante suma de dinero en la iglesia de Acacias para tratar de ganarse el favor de los vecinos. “Seguro que así nos verán como unos buenos samaritanos. A esta gente lo que le importa es rezar y las apariencias, ya verás, confía en mí”, explica con cierta sonrisa en la cara Natalia.

La chica no se equivoca, pues Rosina y el resto de señoras del vecindario agradecen el gesto y se muestran ante los hermanos como unas amigas dulces y encantadoras.

Por otro lado, Genoveva finalmente ha tenido noticias de Cuevas, el secuaz al que envió a seguir a Felipe en su travesía. Este, en su misiva, le informa de que su esposo se ha instalado con Tano y la insta a que le diga qué procede a continuación: “Estoy dispuesto a hacer lo que necesite, solo espero su orden”.

La mujer le pide calma por el momento en su respuesta. “Solo quiero que lo vigiles muy de cerca, todavía no es tiempo de iniciar mi venganza, aunque más pronto que tarde llegará”, escribe.

Lejos de allí, Ramón y Cajal ha suministrado la primera dosis de su fármaco experimental a Lolita. El medicamento no tiene los efectos esperados y la paciente no despierta.

Su familia empieza a impacientarse y se preparan para un desenlace terrible. “Con lo joven que es, no hay derecho a que le pase esto. Tenía toda una vida por delante”, cuenta tristemente Carmen.

En ese momento aparece el doctor y da una segunda dosis a la moribunda. Ahora sí parece que su estado de salud está mejorando, incluso, horas más tarde abre los ojos.

Antoñito es quien está a su lado cuando semejante milagro se produce. El hombre la besa y la abraza, pero su esposa se resiste a corresponder a sus muestras de afecto. Una cosa es que lo haya perdonado por su desliz y otra muy distinta que haya olvidado. “Ahora que estás recuperándote me dedicaré a hacerte feliz”, asegura alegremente el diputado.

En el restaurante, Sabina se despide de Roberto, quien está a punto de iniciar un misterioso viaje. Se marcha a Suiza para ver a su hijo y a su nuera. “Ten cuidado y avísame de cómo se encuentran”, pide la hostelera sin dar más detalles. A su vez, Soledad se siente feliz por su romance secreto con Marcos, aunque le atormenta que su nuevo amor descubra un episodio de su pasado.

Por su parte, Bellita no está contenta con las canciones que Benavides ha escrito para su próximo disco. “No lo sacaré a la venta”, dice. Para tranquilizar a la artista, José le propone lanzar un álbum recopilatorio y un libro sobre su vida.

La folclórica acepta la idea, pero al conocer al autor de su biografía todo parece derrumbarse un poco.

Mientras, Susana se preocupa por su marido. Desde que se fue de viaje y se anunció oficialmente el inicio de la guerra, no sabe nada de él. Su sorpresa es mayúscula cuando ve una foto de Armando en el periódico casándose con otra mujer