Duelo a muerte; ‘La cocinera de Castamar’

Dispuesto a vengarse de Enrique de Arcona, Diego acude a casa de Hernaldo de la Marca, acompañado de dos guardias, y secuestra a su hija para presionarlo. “Sé para quién trabajas y tus fechorías. Mi mujer lleva dos años muerta. Si quieres ver con vida a tu hija, entrégame al duque”, lo amenaza.

Por su lado, Arcona también está jugando sus cartas con De la Marca para encontrar a Sol Montijos y matarla, pero el viejo lacayo tenderá una trampa a su jefe. Con todo muy planeado, se cita con él para decirle que han encontrado a la marquesa, pero el duque de Castamar no se fía nada de él y manda apresarlo al amanecer.

Tras ser arrastrado por el bosque por un guardia y llevado ante su presencia, Hernaldo confiesa minutos después la verdad al hombre: “Sol mató a Alba y a Marlango, y también está detrás de lo sucedido a Gabriel, a Alfredo y al padre de la cocinera”. Enfurecido, Castamar no tiene piedad con él: “Si no me dices dónde está Enrique, mataré a tu hija”.

En una dehesa cercana, Arcona se encuentra al fin con su enemigo y ambos dirimen sus asuntos pendientes. “Los dos queremos venganza”, le dice Enrique. “Y se hará sin testigos, en un duelo a muerte”, le contesta Diego.

Mientras, en palacio, la hija de Hernaldo, a quien han puesto a trabajar en la cocina tras ser descubierta por el servicio oculta en un cuarto, habla a primera hora de la mañana con Clara y le cuenta las intenciones de su padre.

Superando su agorafobia, la cocinera, angustiada, sale a caballo en busca de su amor y se encuentra a los dos hombres luchando en el campo.

En un momento de descuido, Arcona hiere al noble en el costado con su espada y Clara se abraza a su cuerpo entre lágrimas. “Tengo una daga en la pierna”, le susurra su amado al oído.

Sin pensárselo dos veces, la mujer se la clava a Enrique en el costado, acabando con su vida. Entre gritos, pide socorro para el moribundo. Gracias a ella, el duque podrá salvarse más de sus graves heridas en el pecho.

En Castamar, doña Mercedes se encuentra muy preocupada por el paradero de su hijo mayor, y más tras haber visitado a Arcona en su casa unos días antes para intentar poner fin a su existencia, sin éxito.

Cada vez más fuerte, Gabriel se recupera de su maltrato con el apoyo de Amelia, quien ya no puede ocultar lo que siente por el hombre. Entre ambos existe una química muy grande que el joven evita alimentar por ser la prometida de su hermano. La señorita le lee libros para hacer su recuperación más liviana y, como apenas tiene fuerzas para moverse, lleva el piano hasta la puerta de su habitación y le deleita con su música. “Por mi culpa he perdido a mi mejor amigo”, se lamenta. Castro no duda en animarlo: “Usted es el mejor de esta casa”.

Soñadora y solícita a todas horas, Elisa vive enamorada de Roberto. El joven, que sueña con casarse con ella, le propone un romántico plan: ver la lluvia de estrellas juntos. Para ello, el criado se encarga de todos los preparativos y se lleva a la doncella a una habitación de palacio. “Este será nuestro lugar para verla. Nos encontraremos aquí después de cenar”, le dice, pero, al querer salir, la puerta se atranca y se quedan encerrados.

La pareja es sorprendida un tiempo después por Úrsula y Melquiades, que acuden a esa estancia acompañados de unos guardias, ya que allí siempre se hospedaba Francisco Marlango y buscan pistas sobre su paradero. “¿Qué hacen ustedes dos aquí?”, les increpa el ama de llaves. “Van a despedirnos”, teme Elisa, pero sus superiores deciden darles una segunda oportunidad y, junto al resto de los sirvientes, pueden disfrutar al fin de la esperada lluvia luminosa de aquella noche tan especial para ambos.

De improviso, el palacio se llena de panfletos con dibujos de Alfredo e Ignacio en posturas comprometidas, y el barón acude para contárselo a los Castamar. “La ciudad está plagada de ellos”, comentan en la cocina. El noble recibe todo el apoyo de sus amigos, pero él les confiesa sus intenciones: “Voy a entregarme a la guardia. Es lo mejor”.