La relación de Rocío Jurado y Ortega Cano ocupó cientos de titulares. Ella cantante, el torero. Formaban una pareja que levantaba pasiones allá dónde iba pero... ¿era su amor tan bonita, estable como todos pensábamos? Tenían don de gentes, simpatía, mucha risa. Así eran Rocío y Ortega, a quienes creímos "la pareja del milenio". Guapa cantante y fino 'mataó', lo clásico, españolísimo y tan folclórico. Fuimos así de ilusos. Ella era más próxima y afectiva, cariñosa y siempre sonriendo. Él, como buen torero, guardaba más la distancia. Encandilaban físicamente. Te conquistaban a la primera de cambio y eso les bastaba.
Ortega Cano no quería más: ganarse simpatías, sólo un relativo y profundo afecto nada hondo. Lo consiguió sobradamente y fue grande su círculo amistoso, siempre pendiente, cauteloso y también temeroso de sus efectos, decisiones y humor.
Era variable, diría que inestable, siempre creando inquietud con sus dudas, vacilaciones y titubeos. Un ser que nos despistaba constantemente y eso aumentaba las expectativas, curiosidad o casi morbo. Cautivaba a la primera de cambio, sin cortarse un pelo iba a por todas dispuesto a salir triunfador de un empeño cautivador. Ortega Cano acabó siendo aceptado o hasta casi aplaudido aunque nunca se acallaron las objeciones y críticas que levantaba. Él tiraba p’alante superando lo que evidentemente no le favorecía y era reprobable. Podía con todo prodigando sonrisas y buenas maneras.
Era una sociedad ingenua, muy fácil de conquistar sin esforzarse mucho. Era una España clasista que hilaba menos fina que la actual. Allí todo podía suceder. Así se escribe la historia y, como el 17 de febrero de 1995, Rocío Jurado se casó con Ortega Cano. El enlace tuvo lugar en la finca 'Yerbabuena', en Castilblanco de los Arroyos (Sevilla). Y juraron su amor ante más de 1.000 invitados.
Del torero no olvido su pasmo ante la grandiosidad del Central Park neoyorquino, un viaje en el que estuve presente, ni cómo disfrutó en Chinatown con sus numerosos, económicos, pequeños y apetecibles restaurantes y tiendas exóticas. Probó, gustó, paladeó, repitió. No lo olvido nunca, ni siquiera el día de su gran boda andaluza, un caliente y soleado día. Rocío y Ortega, forever, se proclamaban y decían enamorados "hasta las trancas". Fue bien mientras duró, no resultó tanto como lo soñado. Quedó en amor casi imposible lleno de ayes, dolor, rencores, lamentos y suspiros. De ahí, que perdure como en las canciones casi leyenda y ejemplo de amor del bueno… hasta que se les rompió, acaso o desgraciadamente, de no usarlo.
No pudo ser por los caracteres tan diferentes que tenían, irreconciliables. Pero quedó claro que no lo sabían y por eso se arriesgaron valientes y osados, echando la carne en el asador. Lástima que se les achicharró y ardió antes de la cuenta.
No es nada nuevo. El amor y sus tristes, deprimentes y lamentables consecuencias, ¡Ay!, generalmente nada que ver con lo idealizado, ambicionado y deseado. "Eso es el amor", que diría la canción tan mágica e idealizadora de qué triste es la más cruda y deprimente realidad.