La senda por la que transita Pedro Alonso O'choro puede no parecer la más convencional. En medio de un boom internacional desmedido debido a su personaje de Berlín en 'La casa de papel' y en su propio spin-off, el actor gallego nos ha sorprendido con un proyecto muy diferente: 'En la nave del encanto', un documental de tres episodios disponible en Netflix que él mismo ha producido y que también protagoniza sobre el chamanismo. Este viaje le llevó a cruzar selva, bosque y desierto a lo ancho y largo de la geografía mexicana en busca de maestros de la medicina tradicional y, además, a consumir determinadas drogas mientras era filmado por Enrique Baró, codirector, junto a él, del metraje. Era una temeridad que alguien de su perfil no solo se prestase a semejante cosa, sino que fuese el artífice.

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Repetimos, ¿un actor de 'La casa de papel' drogándose en pantalla? Sí, pero va más allá de eso. Él mismo nos cuenta qué miedos tuvo que superar para llevar a cabo el proyecto y por qué lo hace. Y también como encaja esto en medio de ese enorme huracán de popularidad que le ha dado el streaming. "Ha sido una locura de trabajo porque lo he producido, dirigido y escrito, con gente maravillosa, pero la carga de trabajo ha sido extrema", nos confiesa en una conversación en una recogida habitación de hotel. "Llegó un punto en el montaje que estaba rodando 'Berlín' y no me daba la vida. Entonces lo paré hasta que acabé de rodar 'Berlín' y el verano pasado, nada más acaba de rodar, me fui tres meses a mi pueblo, con Enrique y el montador, y lo terminamos".

Temporalmente, esta travesía chamánica se produjo después de 'La casa de papel' y antes de rodar 'Berlín'. Justo al acabar las grabaciones de lo que ahora es el tercer episodio de este documental, le llamaron para volver a la piel del ladrón televisivo: "Estaba destrozado, físicamente roto. Y ese día me dijeron 'tienes que venirte ya'. Yo había acordado con Vancouver y Netflix más días, pero me viene para hacer unos castings. O sea, 24 horas, después estaba en España haciendo casting para la primera temporada de 'Berlín' para dar réplicas".

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'En la nave del encanto' (Pedro Alonso, 2025)

¿Cómo surge hacer este documental sobre chamanismo?, ¿hubo miedo a que no se entendiese?

Todo esto ha desatado una batería de miedos de toda índole, que me han puesto muy a prueba, pero me han dado oportunidad de ver que uno de los grandes asuntos es lo difícil que es hablar de tabúes. En este tiempo en el que puedes el rodar cualquier barbaridad en términos de violencia o sexo, sin embargo, hablar de drogas hasta hace muy poco no se podía. Sí estoy notando con la prensa que el tono de la conversación ha cambiado; estaba preparado para que cayese algún melón amarillista, tendencioso o truculento, pero todo el mundo que ve el documental habilita un tipo de conversación que tiene más que ver con cómo funcionan las cabezas ahora mismo Occidente o qué significa está de la neurosis. Pero sí que hubo muchos miedos y, entre ellos, miedos jurídicos. "¿Usted va a dirigir algo, va a salir delante de cámara y se va a drogar?" Eso era muy goloso. Para un americano era como darle las llaves del coche a un tío que se va a tirar por un precipicio. Esa conversación me daba la medida de que vivimos un tiempo donde el problema a veces es el pensamiento único, más allá de la ideología. Salirse de lo que se supone que esta pautado te convierte en un marciano. Lo bueno es que después de que se ha visto, ese miedo de "se ha vuelto loco, se va a convertir en el mesías de las drogas de visión", eso ha salido la fórmula. Se ha entendido.

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En ese miedo, ¿influía también el hecho de ser tú el protagonista de una de las series más vistas de Netflix, en el sentido de cómo eso afecta a tu imagen y, por relación a tu imagen, al producto general?

De los miedos neuróticos que yo he tenido que atravesar para levantar el proyecto, tuve gente que me aprecia y con criterio que me desestimó que lo hiciese. Era "ni se te ocurra, Pedro, con lo difícil que es que la proyección te fluya... De ninguna de las maneras". Me decían con rotundidad que no lo hiciese. Es verdad que algunas de estas personas se subieron al proyecto después, en producción por ejemplo. Por eso también ha sido un gran aprendizaje en tantos frentes: separar el miedo sano que te dice "Cuidado, me voy a quemar, apártate del fuego" de la idea del miedo de "Te van a cancelar". Yo llevo años con esta búsqueda de una forma muy discreta y también he buscado coartadas más académicas en Occidente. De repente te enteras que Sócrates y Platón, que están en la base de la filosofía Occidental, fueron iniciados en los misterios de Eleusis con prácticas de visión y que Aristófanes, que escribía comedias, se cachondea de Sócrates y decía: "Estos hippies, que dicen que todo es espíritu...". La historia del hombre, de cuestionarse cosas, muchas veces va asociado al anatema. Y, en términos periodísticos, ahí es donde está la noticia, ahí donde está la conversación. Si no lo hago, ¿por qué no lo hago? Por miedo. Yo me trabajo eso cada día más. No quiero ser frívolo y he procurado ser todo lo honesto de lo que ha sido capaz, pero si hubiese dicho que no, habría estado reforzando esta cosa de la dictadura del pensamiento único.

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Netflix

¿Pensabas que pudiese haber críticas o que se te llamase magufo?

Yo me he equivocado mucho, lo he hecho muy mal y todavía me sigo ajustando muchas cosas: los afectos, las relaciones, qué soy yo... Todas esas preguntas las sigo teniendo como todos. Pero sí es verdad que siento que estoy en un momento de la vida en la que yo me digo: yo trabajo para mí y escribo para mí. El primer acuerdo antes de firmar cualquier contrato cuando voy a un set es conmigo. Me tiene que dar un retorno porque yo ya sé el nivel de exposición que implica salir a un plató.

¿Y ese es el verdadero privilegio también, no?

Ese es el verdadero privilegio. Aparte de que la vida me permite ahora mismo estar diciendo que no a algunos trabajos y ese tipo de cosas, y de que estoy rodeado de gente linda, yo me he dicho: ¿qué puedo perder? Realmente, lo más importante que puedo perder es el respeto a mi propia inquietud personal. Sentí que se empezaron a caer cosas que habían sido un lastre en mi vida. Y más de una profesión como la nuestra donde siempre hay tantos intermediarios y donde uno puede haber perdido su lugar por complacer al extraño. Le das la llave de tu casa al primero que pasa y eso puede hacer mucho daño.

¿Cuándo empieza tu conexión con el chamanismo y con este tipo de prácticas?

Yo era pequeño... (bromea)

¿Cómo de pequeño?

Yo soy hijo de una familia de clase media tradicional, educada en la iglesia católica. O sea, paradigma español. Se me rompe esa burbuja. Hay un momento en que eso se agrieta y con treinta y pico años, tengo lo que, visto desde hoy, fue una severa depresión. Revienta el sistema. No tenía herramientas ni siquiera para saber que yo tenía la depresión. Y ahí empiezo, por supervivencia, sin saber muy bien, a meditar. Lo digo en el docu: había tenido una práctica de visión con un ayuno, me había interesado por el taichí, había leído sobre el taoísmo... Había algo ahí con las filosofías del proceso que me había llamado siempre. A partir de empezar a meditar, y también a pintar, empiezo a trabajarme en mi sistema de procesamiento. Yo pinto todo el rato, no para exponer sino porque es una práctica que me ayuda a estudiar como actor. Hace ya más de 10 años, con ese trabajo, llegó a México y se me abren las puertas de las medicinas. Y me pega un pelotazo. A partir de ahí, siento que tengo que atender esa vía. Lo he hecho de una forma muy discreta y muy poco papista, pero sí es uno de los vértices de mi vida ahora mismo. Pero para nada soy del discurso de que esta es la panacea. Lo que me interesa es la conversación. Salirme de la cosa mental, neurótica y cartesiana que dice que solo lo cuantificable es verdad y lo demás es superstición y charlatanería. Veo que hay otro tipo de ciencias. Hay una parte muy técnica en lo que implica el chamanismo: aprender a respirar, a tomar perspectiva sobre tu patrón de comportamiento, entender que a veces tú eres el obstáculo que creías ver en el exterior... y luego hay esa vertiente más mística, esotérica o mistérica.

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'En la nave del encanto' (Pedro Alonso, 2025)

En todo este tiempo, ¿has sentido contradicción entre este lado más espiritual tuyo que vemos en el documental y el fenómeno que ha supuesto 'La casa de papel'? No tanto hablo de la ficción en sí, sino ese mundo de fama y alfombras rojas...

Me da igual todo eso. Es una marca. Hay gente a la que les dices "2 + 2 son 4" y te dicen: "¡¡Oh, Berlín!!". La gente proyecta según su sistema de expectativas. Yo no soy responsable de cómo me ven. Si yo me ocupase de eso, moriría. Procuro filtrar mucho lo que leo. Por exactamente lo mismo que alguien dice "¡Te amo!", otro dice "¡¡Es que no te soporto!!". ¿Qué puedo hacer yo con eso? Nada. Y seguramente ni el te amo ni el te odio me interesa para tener una charla, porque eso es una proyección de la persona. Yo lo que intento es, si me piden una foto, preguntarle el nombre a la persona y tener un momento de conversación. Y hay gente que no quiere conversar contigo, solo quiere una foto, quieren cortarte el rabo. Eso es una cosificación. Eso es un ejercicio de violencia. A mí, para sostener, eso me hace falta un nivel de atención a veces alto. Y eso es una prueba, pero también una oportunidad, porque yo he podido producir un documental para hablar de esto gracias a que me me va como me va por 'La casa de papel'. ¿En qué convierto yo 'La casa de papel'? En lo que yo quiera. Me ha traído muy buenas cosas. ¿Voy a renegar yo de algo que me sigue dando tanta vida y con un equipo con el que trabajo desde hace nueve años que 9 años con gente a la que amo? Estoy intentando que mi jardín personal y creativo, en lo que está en mi mano, se parezca a lo que a mí me gusta. Después decir que no y decir que sí implica coraje. Estoy ahora escribiendo un guion de ficción con Paco Becerra. Eso es un regalo del cielo que me estoy permitiendo por todo esto que me está pasando. Procuro agradecerlo, pero sin duda la exposición también es una prueba. Y más en un tiempo como este en el que, cuando alguien se expone, a veces sientes una vibración medieval en la que en el aire está la penalización. Y el círculo del que yo hablo no habla de penalización, habla de escucha y de respeto y de diversidad. Estoy en las antípodas de eso.

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En el documental, hablas del ego como uno de los grandes males de la sociedad occidental. ¿Cómo es la relación del actor con el ego? Porque, por un lado, el actor tiene que deshacerse del ego para convertirse en otro al interpretar, pero a la vez es una profesión ligada a la figura de quién eres y de lo que representas...

Para mí eso es un tema muy grande. En el segundo capítulo hay un momento maravilloso que tiene que ver con la mitología. Yo digo: "Me voy a encontrar con el oráculo, va a empezar a decir verdades como puños y esto va a ser una una pasada...". Y lo que me enseña el maestro es que yo caigo presa de mis expectativas y soy el primero que está empujando. Y me doy cuenta del valor de lo que ese hombre, que en principio parece un fake, me pone en encima de la mesa: que no hay mayor mitología que estar conectado con lo que te duele y que la palabra recupere su vibración. Yo lo he hecho muy mal muchas veces, de hacer malos trabajos como actor o equivocarme como persona. Puede ser muy humillante aprender a la vista de todos. Y es muy fácil pegarle un ladrillazo a quien se expone, incluso haciéndolo bien, pues imagínate haciéndolo mal. Cuando yo he ido revisando mis acuerdos, me he dado cuenta de que el misterio es la comunicación y de la interpretación no tiene nada que ver con el fingimiento, sino con colocarse en un paradigma y decir la verdad. Para hacer eso tienes que salirte un poco de tu paradigma, sacar toda esa rigidez, que es hija del control y del ego, que es una construcción cultural e hija de tus linajes y fracturas, y mirar y sentir desde otro lugar. Pero el ego también es una palabra que tiene un derecho. El ego no es ni bueno ni malo. Si tú te colocas en ese lugar de una forma genuina, abierta y al servicio, empiezas a asumir que tú eres una madera de abedul, no una madera de olmo. Y empieza a respetar que tú tienes un tipo de calidad y esa calidad forma parte de eso que mucha gente llama a ego. Tu madera no tiene culpa de todo lo que tú le pones encima la madera. Entonces aprendes a ir quitando todo lo que es artificial. Y a veces puede ser mucho más alambicado lo que nace del despojamiento que lo que nace de la construcción del ego. Es una paradoja increíble. La relajación tiene una voz mucho más genuina que la construcción. Cuando te pones el servicio, implica no negar tu naturaleza ni tu voz autoral, pero sí saber cuando tu ego y tus proyecciones quieren rubricar.

También utilizas a Ulises como metáfora de este viaje. ¿Cuál es tu Ítaca?

En el documental repito una frase: "Empiezo a pensar que la clave aquí no es encontrar el tesoro sino recuperar el mapa". Las certezas, ¿de qué nos sirven en este mundo loco que estamos viendo? Cuantas más certezas, más violencia, más negación de la diversidad y de la diferencia. No quiero tener nada que ver con eso. Lo que quiero es un mapa. Un mapa de mí mismo, entender mis conexiones, mis tuercas, ajustarlo, echarle aceite... ¿Esto me sobra? Lo tiro. Mi Ítaca es el espacio de confianza y respeto que me permite ser lo que yo sea y sostenerlo. Pero mis sombras también tiene derecho a estar aquí, como mis luces. El buenismo y las soluciones perfectas también son una cárcel. Estoy harto de esa cárcel porque me ha hecho mucho daño. De la misma forma que puedo cuestionar la dictadura del pensamiento único, también puedo cuestionar este puritanismo ambiental. Eso de: "Si no te portas como yo te digo, te voy a cortar la cabeza". Es una cosa medieval que me genera rechazo. Yo no soy perfecto, ni lo quiero ser.

Headshot of Álvaro Onieva

Nací en Wisteria Lane, fui compañero de piso de Hannah Horvath y 'Chicago' me volvió loco porque Roxie Hart soy yo. Tengo la lengua afilada, pero, como dijo Lola Flores, "me tenían que dar una subvención por la alegría".