¿A quién te llevarías a una isla desierta? (Netflix). Eze (Pol Monen), Celeste (Andrea Ros), Marta (María Pedraza) y Marcos (Jaime Lorente) comparten piso y amistad en Madrid desde hace ocho años. Un día deciden dejarlo y empezar sus vidas por separado en distintos lugares. Antes organizan una velada para despedirse de sus amigos y de su entorno hasta entonces. Lo que parece un juego inocente se convierte en una radiografía de las ideas, sueños y frustraciones de unos jóvenes al enfrentarse a la madurez.
Este es el hilo argumental de ¿A quién te llevarías a una isla desierta?, película dirigida y escrita por Jota Linares, que se estrena en Netflix el viernes 12. Linares y Paco Anaya escribieron el guión de una historia, que por la crisis nunca se rodó y fue reconvertida en obra de teatro, para pasar de nuevo a película. Sus protagonistas, distintos a los del teatro, han vivido muchas de las experiencias de sus personajes. "Compartir piso es lo mejor
y lo peor que te puede pasar; es vivir en el caos y, si eres joven, es vivir entre mierda. Pero nunca te sientes solo", resume Jaime LLorente, que tiene muchas anécdotas al respecto. “Cuando llegué a Madrid no solo compartí piso, también cama con mi mejor amigo durante varios meses”, añade entre risas.
La experiencia Para Pol Monen fue muy buena, pero relata alguna incomodidad: “Lo hice durante cuatro años, y eso de llegar a casa y tener calor humano es muy positivo. Lo peor es la gente sucia, sobre todo al usar el baño”.
Andrea Ros añade que “hay que pelearse por las zonas comunes y eso es un poco desagradable”. Mientras María Pedraza solo tiene buenas palabras: “Compartí piso el año pasado con mi mejor amigo, Juanjo Almeida, y nos cogieron a los dos para la serie Toy Boy; ahora seguimos compartiendo en Málaga [donde se graba la ficción de Atresmedia]. Mi experiencia ha sido gozosa porque él ha sido mi pareja de baile, es mi confidente; nos entendemos
a la perfección”.
Curiosamente los cuatro se describen “muy desordenados”, pero aprecian mejorías con los años. “Ahora tengo más necesidad de ver el piso limpio y de que mi ropa esté más ordenada”, señala Pedraza. Tanto ella como Pol confiesan que lo más duro de hacerse adulto es no ver tanto a la familia. “Cada vez los echo más de menos, necesito estar con ellos”, reconoce María. Pol añade: “Yo soy tan familiar y me gustan tanto las comidas de los domingos que siempre que puedo me escapo un fin de semana a Barcelona”.
En este sentido, Andrea, a dos meses de ser madre por segunda vez, apunta que, aparte de la soledad, también desequilibra la inestabilidad laboral: “Es terrible no saber hasta cuándo vas a pagar el alquiler y los gastos de la casa”.